Friday, May 05, 2006

 

El arte de Enseñar (traducción al español)

Hay algunas profesiones que son consideradas vocacionales por el hecho de que para ser buenos y tener éxito en ellas hace falta haber nacido con unas determinadas dotes. Cantar sería un buen ejemplo ya que para triunfar en ese campo, hay que poseer una voz virtuosa y unas cuerdas vocales lo bastante fuertes, de lo contrario, no se llegará a ser más que un cantante mediocre por mucho que uno se esfuerce.
La enseñanza debería también considerarse un trabajo vocacional, pues resulta muy necesario contar con una habilidad concreta, la de ser capaz de transmitir pasión por una materia en particular; claro está que el docente a su vez también ha de sentir pasión por esa misma materia.
Podemos afirmar además que enseñar tiene muchísimas cosas en común con predicar: se ha de creer en lo que se está enseñando y en su utilidad.
Así pues, existen bastantes más posibilidades de disfrutar de una determinada materia si la persona que lo enseña cuenta con esa habilidad. Lo mismo ocurre con las religiones, teorías filosóficas y posicionamientos políticos: cuanto más encantador y entusiasta sea el predicador, mayor influencia tendrá su mensaje en los alumnos y discípulos.
Por desgracia, la naturaleza no produce suficientes profesores natos como para cubrir las necesidades de instrucción que una sociedad desarrollada como la nuestra demanda y es por ello que nos vemos obligados a hacer uso de otros dos tipos “instructores” por así decirlo: los científicos (también conocidos por el “Síndrome del Profesor Honoris Causa”) y los peores de todos, los “Soy profesor porque no puedo ser otra cosa”, también conocidos como “Licenciados Vidriera”, a raíz de sus parecidos con el protagonista de aquella popular novela ejemplar de Cervantes.

Hablemos primeramente acerca de los auténticos y genuinos profesores, a los que yo personalmente doy el nombre de “MAESTROS”.
Se puede averiguar si un profesor es un “maestro” desde muy pronto. Les gusta empezar a hablar el primer día de clase sobre cuán maravillosa y apasionante es su asignatura.
Después de unos cuantos días dirán: “Ahora voy a proceder a explicaros una cosa un tanto complicada pero que como en un nuevo juego de cartas; si lo pilláis, el resto del semestre será divertidísimo.” Un haz de luz mágico escapará de sus ojos saltones mientras expliquen esa cosa tan complicada; es apreciable el gozo que experimentan. Asimismo mirarán de cuando en cuando a los alumnos de reojo durante una décima de segundo y ya con eso les bastará para saber si todos los alumnos se están enterando o si por el contrario, la mente de alguno/s está vagando por los satélites de Saturno. A veces dirán: “¡vuelve con nosotros Juan!”, aunque en la mayoría de los casos, no dirán nada hasta que la clase se haya acabado y todo el mundo se haya ido para aprovechar y volver a explicárselo personalmente al alumno despistado.
Este tipo de profesores pararán varias veces su explicación para preguntar: “¿lo estáis entendiendo, me seguís? ¡Caray, que orgulloso estoy de vosotros! ¡Jamás había tenido una clase tan buena!”
Al final de cada explicación suelen decir: “no ha sido tan difícil, ¿verdad? Recordad, si habéis entendido esto, el resto de la asignatura será pan comido”
Otro tipo de profesor ya mencionado es el “científico o síndrome de profesor Honoris Causa”. Abundan muchísimo en universidades de prestigio y también en algún instituto.
Comienzan la clase leyendo unas pocas páginas de libro. Para cuando han terminado de leer, ya un cuarenta por cien de la clase se habrá dormido, el otro sesenta estará algo atolondrado. Entonces empezará el susodicho profesor a “explicar” lo que acaba de leer.
Su forma de hablar es monótona y soporífera, llena de palabras propias de un lenguaje artificial y académico, entendiéndosele lo mismo que a un almohedano rezando letanías del Pentateuco. Cuando la clase se ha acabado, todos los pobres estudiantes están en un estado de trance. Solo unos pocos han resistido la tortura a base de golpear un bolígrafo contra el pupitre hasta que revienta y salpica todo, o a base de hacer dibujos de la cabeza del profesor siendo perforada por los afilados picos de dos buitres hambrientos.
Solo algunos estudiantes muy destacados y disciplinados consiguen aprobar los exámenes finales que este tipo de profesores preparan con intención de suspender a todo aquél que al pincharse sangre.

Sin embargo, es el desinteresado profesor Licenciado Vidriera el peor con diferencia que uno se puede tropezar. Muchos estudiantes cambian de clase, curso e incluso colegio por culpa de estos sujetos. Se hallan la mayoría en escuelas primarias y secundarias.
Estos profesores odian a los niños y a la enseñanza, solo para empezar. Sus caras están arrugadas todo el tiempo y parecería que siempre estuvieran oliendo huevos podridos. Para ellos, los alumnos son un mero número. Así pues dirán con voz cansina: ¡el número catorce, que salga a la pizarra, rápido! Venga, escribe el nombre de los quince tipos diferentes de erosión por efecto del agua y da una definición de cada uno. Estos profesores castigan a toda la clase porque a alguien se le caiga el lápiz, gritan al alumnado sin motivo aparente y se les pueden ver las venas de la garganta hinchándose como si fuesen a reventar.
Si algún alumno les hace una pregunta a la que no sepan responder, lo humillarán y le dirán: tu te crees muy listo, eh? Ya veremos lo listo que vas a sentir esta noche copiando cien veces la primera página del libro de biología…

Los organismos encargados de preparar las oposiciones para la elección de profesores deberían tener en cuenta esta realidad y evitar así que entrasen el mínimo número de profesores pertenecientes a estas últimas dos categorías, ya que pueden ser extremadamente dañinos para el ambiente de una escuela y para el desarrollo de la sociedad en general.

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